Más allá de lo puramente escrito, prosa poética o poesía prosaica, está Francisco Javier Irazoki ( Lesaka, Navarra, 21 de Octubre de 1954), poeta, traductor y periodista musical.
1.¿Cómo definirías tu línea de creación poética?
Me han colocado la etiqueta de “surrealista”, pero no me identifico con ella. Me gusta el vocablo realidad. Contiene lo tangible y muchos estratos ocultos. Como he dicho en varias ocasiones, aspiro a una profundidad sin adornos.
2.La música y la poesía son cercanas, sí, pero ¿de qué forma y qué motivos han moldeado esa poesía?
La escritura de “Los hombres intermitentes” coincidió con mis estudios musicales en el conservatorio. Incluso en las frases aparentemente muy sencillas puse el esmero de la música, una pasión que me acompaña desde la adolescencia. Lo principal es la sustancia del poema, de acuerdo, pero necesito un grado de eufonía.
3. Puesto que la prosa juega en tu obra un punto importante, si no primordial, ¿crees que la estructura supone un corsé a la creatividad?
No creo que la poesía pueda estar prisionera en unos límites severos. Yo la identifico con una fiesta de la libertad. Por ese motivo, sin renunciar definitivamente al verso, en los dos libros más recientes he usado sólo la prosa.
4. ¿La poesía como compromiso ante no sólo lo social sino al pensamiento y a la crítica o…?
Sí, pero procurando ofrecer el mejor arte. La denuncia se deshace en el libelo. Al escribir pienso en los artesanos que cuidan con precisión hasta los detalles que pasan inadvertidos. El escritor es también un cuidadoso fabricante de sillas verbales.
5. Por la vía académica, digamos, podemos llegar ahora a la literatura, o a la poesía. Dentro de esta fugaz actualidad, introducir el término poesía siempre parece algo extravagante. Cuando hablamos de poesía es como escuchar a Morton Feldman en un pub nocturno. ¿Aún está vigente el hecho de que la poesía es un sí en si mismo sin ningún tipo de aditamentos?
Me parece que podemos reconocer la poesía aunque esté en un lugar inesperado. A veces la encuentro lejos de su medio habitual. Supera los dogmas y las cárceles académicas. Por cierto, ignoro si Morton Feldman tenía sentido del humor. Era muy amigo del bromista John Cage, lo que es buen síntoma. Quién sabe, a lo mejor hubiese sido capaz de darnos música con sólo recoger los ruidos de un pub.
6. ¿En una hipotética cumbre poética qué autor/a situarías en él?
Desde el principio he visto a Jorge Luis Borges y César Vallejo en esa cima. Las páginas de Luis Cernuda no están situadas lejos de la cumbre.
7. ¿Crees necesario un recital poético junto a la publicación de una obra? ¿Cuál es tu óptica en este punto de realizar perfomances a la hora de recitar?
Personalmente prefiero la sobriedad. Sin alharacas ni músicas decorativas. Más aún: lo ideal me parece el encuentro silencioso entre el poema y su lector. Por descontado que no desprecio otras maneras de transmitir la poesía. Pero los envoltorios estéticos envejecen con rapidez.
____________________________
PALABRA DE ÁRBOLNo conocí al que murió en el vientre de mi madre. La abuela lo recogió, dijo que era grande como un guía y lo puso en el hoyo que el padre había cavado entre las raíces de mi higuera preferida. Yo pasaba tardes enteras bajo el gris áspero de las hojas del árbol, esperando que naciesen los higos. Cogía al fin el fruto blando y tocaba su piel negra que después deshacía en tiras. Cada hilo era una puerta para adentrarme en mi hermano muerto y lo paladeaba al ritmo lento de un viajero antiguo. Luego rompía con los dientes las semillas menudas del interior. Ellas contenían palabras, voces que subieron por la savia de la higuera. Los otros niños crecieron descubriendo aventuras. Para mí, crecer fue sentir el paso del tiempo al escuchar los mensajes que un muerto me enviaba desde sus frutos. Alguien quiso una ceremonia devota en aquel lugar. De la cartera de mi ojo derecho saqué una lágrima inmóvil. Una lágrima petrificada que se transformó en blasfemia de fuego cuando la deposité en la escudilla situada a los pies de los ídolos. (Del libro Los hombres intermitentes. Hiperión, 2006) CARTA A LEONARD COHEN
Ahí están las calles de compás negro, donde los cortejadores de la aguja calientan su porción de olvido. Suena un concierto de ambulancias sinfónicas.
Es invierno en París y, bajo los soportales, canta una mujer muy bella. Las miradas de los viandantes acarician su vestido de aguaturma. Ella sonríe desde la pobreza elegante, apoyada en una pared que parece un signo de interrogación, y a veces me habla con esa leve dejadez de quien habita en casas en las que nadie barre la tristeza. Al final canta tus canciones. Entorna los ojos y los versos se posan sobre un diminuto cadáver embozado en escarcha.
Sé que envejeces, Leonard, que oyes cómo en la habitación contigua gozan contra ti las mujeres amadas y que te alivias describiendo el peso de la melancolía cifrada en lluvia. Te convendría ver tu emoción hecha vaho que despiden los labios más peligrosos de mi urbe. Aunque nunca conquistarás a esta mujer que ya se ha comprometido en amor con tu palabra. (Del libro Los hombres intermitentes. Hiperión, 2006) LECCIÓN DE PÁJAROS Nevaba cinco o seis veces al año. Pero era de verdad, y los prados, las casas y los árboles amanecían cubiertos del color blanco que cegaba a los caballos. Éstos rompían con sus cascos la nieve, en busca de un poco de hierba sepultada, o golpeaban con el hocico las ramas, y morían después de comer las hojas de los tejos. Los pájaros, hambrientos, les despedían con un réquiem muy delgado. Veíamos el vuelo desorientado de los petirrojos y tordos, hasta que descubrían la abertura de la vivienda. Entraban en aquel túnel y caían a un desierto de oro: el suelo del desván cubierto de mazorcas de maíz. Algunas aves llegaban sin energía para comer los granos sobre los que enseguida se desplomaban. Yo, niño pequeño, apretaba con fuerza sus bultos para fundir los hielos de la muerte, y descendía rápidamente a la habitación donde una cocina de leña caldeaba los cuerpos de mi familia. Colocaba los pájaros cerca del horno. Ardían unos troncos de manzanos y cerezos sobre los que esos pájaros cantaron el verano anterior. Los árboles cortados por el hacha de mi padre agradecían con el calor los cantos que aliviaron su vejez. Esta fue la primera enseñanza. Vi pronto la sombra, aunque blanca, y el vuelo frágil que quería esquivarla. (Del libro Los hombres intermitentes. Hiperión, 2006)
El amigo Zoki es el poeta de los ojos de agua. También sus palabras lo son. Buscan su camino como si no hubiera obstáculos. Recuerdo ahora «el silencio y el agua/tienen la misma forma//forma de secreto/del lugar donde se esconden». Eso consigue el poeta Irazoki, enseñarnos los secretos del silencio desde su mirada de agua. Qué grande.
Profundo Sin Adornos, son muy pocos en verdad aquellas personas que nos muestran la complejidad del paraiso con una sola palabra, sin duda Francisco Irazoki es uno de ellos, y gracias por mencinar a Cesar Vallejo como uno de los grandes, (desde Perú).
Es de admirar cada uno de los escritos, tal vez, echando a perder se aprende, creo.
Sin duda alguna, María, de todo se aprende, incluso de lo que no sabemos ver, siempre habrá algo. No se recomienda tirar nada, aunque si mantenerlo fuera de vista y de tacto durante tanto tiempo como nuestro «no sé» sea posible. Salud y poesía.